Por: Carlos Santamaria
El lunes, las autoridades de Honduras respondieron a un incendio relacionado con pandillas que mató a 46 reclusas en una prisión de mujeres poniendo a la policía militar a cargo de todas las cárceles, vaciando los bloques de celdas y obligando a los estafadores a sentarse en filas acurrucadas unas contra otras, con las manos atadas, la cabeza inclinada y los reclusos varones sin camisa. ¿Te suena familiar?
Sí, así es exactamente como se maneja el sistema penitenciario en el vecino El Salvador desde que el presidente Nayib Bukele impuso un estado de emergencia draconiano para luchar contra las pandillas. Y su gente lo ama por ello.
Bukele es el líder elegido democráticamente más popular del mundo, con un índice de aprobación que ronda constantemente el 90%. Quizás la razón principal es su enfoque de mano dura hacia la violencia de pandillas, que ha hecho que las tasas de criminalidad caigan en picado a expensas del estado de derecho y los derechos humanos.
Comprensiblemente, la altísima popularidad de Bukele hace que sea tentador para los líderes de otras naciones de América Central y del Sur, muchas de las cuales enfrentan el mismo problema con las pandillas, seguir su ejemplo. Pero no es una solución mágica: en Ecuador, el presidente saliente Guillermo Lasso está perdiendo su guerra contra las pandillas a pesar de imponer una regla de emergencia como la de El Salvador bajo Bukele.
Además, tales vibraciones autoritarias parecen fuera de marca para la presidenta hondureña Xiomara Castro, una izquierdista descarada que ganó el puesto principal en 2021 con la promesa de restaurar la fe en la democracia.